Recuerdos de San Bartolo - Publicado en la Edición Especial de la Revista Perú Golf Sports


En la década de los 50 del siglo XX, un grupo de amigos tenían la costumbre de ir a pescar a San Bartolo: mi padre Ernest “Sonny” Pye, mis tíos Arthur Pye y Rodolfo Lema junto con el Dr. Felipe Plaza. Ellos tenían un bote el San Bartolo II que usualmente lo anclaban en la zona de mar tranquila detrás de la isla de la Playa Norte. En uno de esos fines de semana que planeaban salir a pescar, el intenso oleaje los hizo desistir y decidieron hacer algo distinto.

 Uno de ellos, mi tío Arthur, tenía una bolsa de palos de golf en la maletera de su auto. Se fueron al desierto y comenzaron a golpear las pelotas de golf. Les gusto y lo empezaron a repetir con más frecuencia. Decidieron hacer los primeros “greens” que realmente eran “browns” utilizando una mezcla de aceite quemado y arena que emparejaban con una aplanadora manual. La proporción de arena era importante porque permitía que los “browns” recibieran mejor las pelotas y al mismo tiempo permitían que la bola ruede en forma pareja en el momento de jugar el putter. Se las ingeniaron utilizando una lata de leche para hacer el hoyo y con un palo de escoba con una bolsa amarrada se hicieron las primeras banderas. Delimitaron los fairways con una línea de cal blanca y llevaron a Eugenio Dunezat, un profesional de Los Inkas, para que los ayude a diseñar la cancha de golf. Originalmente había dieciocho hoyos. La primera vuelta llegaba hasta Punta Negra y la segunda vuelta es la actual que está en San Bartolo.


Ellos simplemente utilizaron un terreno para la práctica del golf y pudieron registrar su asociación ante el Instituto Nacional de Recreación y Deporte (INRED) donde lograron que el terreno en la zona de San Bartolo se declare intangible y de uso exclusivo para hacer deporte.

La Cruz de Hueso estaba en la entrada de la antigua Panamericana sur. La primera casa club era muy similar a la actual, tenía maderas color naranja que combinaban con los ladrillos blancos aportados por Alejandro Garland. El techo era de cañas. Estaba rodeada de jardín y en la entrada había dos sombrillas de madera con sillas blancas. El jardín exterior tenía huesos de ballena pintados de blanco. A un costado se habían plantado unos pinos y se hizo un hoyito de pasto donde se podía practicar el pitch and run. Detrás del club había un golfito y después instalaron hasta un columpio de la casa de Felipe Plaza. La decoración de la casa club era muy sencilla, había la pintura en tamaño real de un golfista haciendo su backswing y en el interior había cuadros de caricaturas del golf y un cuadro de madera pintado a mano, con la relación de personas que habían hecho el hoyo en un sólo golpe donde destacaba el nombre de mi padre con cinco holes in one.

Uno de los grandes desafíos que enfrento el club fue la instalación de luz eléctrica. Recuerdo que el tendido de cable eléctrico no llegaba hasta el club y las empresas eléctricas cobraban un montón de dinero por hacer el tendido. Precisamente en esa época mi Papá era el presidente y se empeñó en recaudar los fondos organizando torneos de golf, laguneadas y mi Mamá lo apoyaba organizando té canastas y almuerzos para los torneos. Finalmente recaudaron el dinero se instaló la luz y por supuesto se organizó una gran fiesta con orquesta.  Como todo era muy oscuro a mi Mamá se le había ocurrido poner velitas para indicar el camino desde el estacionamiento hasta la fiesta y habían colocado centros de mesa iluminados. Cuando estaban en lo mejor de la fiesta, volaron las resistencias y todo el mundo pudo apreciar la decoración con las velas y se pusieron aplaudir mientras mi tío Rodolfo con mi Papá sufrían para cambiar los plomos.

Se establecieron las primeras reglas locales: se podía acomodar la bola y hacerle un morrito utilizando el palo de golf pero sin levantar la bola de golf con la mano. Si querías utilizar una madera podías usar un tee, aunque las tapas de la pasta de dientes funcionaban mucho mejor. Cuando la bola salía del fairway, se suponía que estabas en el rough o en los árboles, pero como el terreno era exactamente similar al fairway, se decidió se aplicar un golpe de castigo para simular la mayor dificultad.

Había un buen número de entusiastas golfistas, yo me acuerdo de Ángel y José DaGiau, Paul Brunner, Augusto Claux, Alejandro Garland, Roque Bellido Tagle, Alberto Bonelli, Javier McClean. Los macheteros se armaban el sábado en la tarde y el domingo por la mañana. Después del juego de golf se jugaba dudo y cada uno de los socios tenía su cachito con su nombre. Teodoro Rodriguez, “el gordo” era el administrador del club y se encargaba de proveernos de unos exquisitos sanguches de pollo con su salsita de cebolla que hasta ahora recuerda mi paladar.

A mí me gustaba mucho la primera vuelta, tenía varios pares tres uno de ellos el hoyo 7 se le conocía como “la China”. Era un par tres corto de unas 90 yardas. El golpe de salida se hacía de un partidor, luego seguía una hondonada de 40 yardas de ancho y 40 yardas de profundidad luego venía otra hondonada ya allí estaba el brown, una pequeña meseta de forma oval, sin nada alrededor. El hoyo estaba cerca al mar y por las hondonadas siempre cruzaba el aire, en una dirección en las tardes en otra en las mañanas. Si querías jugarla segura, había que tirar al cerro detrás del brown y la bola rebotaba y caía en el brown. Si buscabas el birdie y te arriesgabas a la bandera, podía pasar cualquier cosa, si la bola no caía en el brown y  se iba a la hondonada, había que jugarla de allí, con el riesgo de pasar al otro lado del brown fácilmente, ya que el brown tenía escasamente entre 6 y 8 yardas de ancho y era dificilísimo dejarla cerca de la bandera. Había muchas anécdotas de grandes jugadores de golf que habían sucumbido con “la China”. Carlos Raffo hizo montones de golpes la primera vez que la jugo, pero entendió a” la China” y por supuesto hizo birdie.

Hoy en día la Federación Peruana de Golf está desarrollando un ambicioso proyecto con el apoyo del R&A, para convertir Cruz de Hueso en una cancha de césped. Se ha logrado sembrar un cerco vivo alrededor de todo el terreno y existe una Escuela de Golf para los niños de San Bartolo. El desafío ahora es iniciar los movimientos de tierra para construir una laguna artificial interconectada con el sistema de agua del distrito. Ojalá los browns se conviertan en greens y se pueda desarrollar un nuevo pulmón verde para la práctica del golf.





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